Las bibliotecas universitarias

El Dr. Roberto Reyes Tarazona, director de la Biblioteca Central, comenta la importancia de las bibliotecas en el saber universal.

Apr 12, 2023

Dr. Roberto Reyes Tarazona
Director
Biblioteca Central 

La aparición de las primeras bibliotecas se remonta a unos cuatro mil años en Mesopotamia. Originalmente estuvieron adscritas a los templos de esa cultura, donde se almacenaban las tablillas de barro propias de su escritura, las cuales contenían información religiosa y el registro de hechos históricos.

En Grecia, las bibliotecas acopiaban los rollos de papiro, pergaminos y otros medios físicos que contenían la información que se consideraba valiosa, siendo reconocidas como las antecesoras de las actuales bibliotecas. No podía ser de otra manera, si se tiene en cuenta que la cultura griega legó a la cultura occidental los principios de la filosofía, la historia, la literatura, entre otras manifestaciones del saber y del arte.

Las bibliotecas surgieron, por ende, para preservar, en las diversas formas en que se plasmaba la escritura: el saber, las tradiciones y demás expresiones de la cultura de las sociedades. Y si bien las bibliotecas no desterraron la preservación del conocimiento y la historia social a través de la memoria colectiva, por vía oral, la creciente ampliación del saber humano, imprescindible para el desarrollo de las civilizaciones, empezó a demandar formas y espacios cada vez mayores.

En la Edad Media, nuevamente las bibliotecas se concentraron en locales religiosos, principalmente los monasterios. Por tal razón, se privilegiaba los textos de doctrina y la historia relacionada con los hechos religiosos. Es por ello que las primeras bibliotecas creadas por los españoles en nuestro medio tuvieron ese carácter. La primera de ellas fue fundada en 1583 por la orden jesuita, integrándola a su Colegio Máximo de San Pablo.

En la Edad Moderna, la invención de la imprenta llevó a que los códices y manuscritos fueran reemplazados por libros, documentos y papeles impresos en la preservación y difusión del conocimiento científico y la cultura. En esta etapa, ya en el siglo XVIII, cuando la filosofía positivista y el conocimiento científico empezaron a dominar el escenario intelectual, surgieron las primeras bibliotecas públicas.

En el Perú
En nuestro país, en setiembre de 1822 se inauguró la Biblioteca Nacional, creada un año antes por San Martín. En ella se integró la biblioteca de los jesuitas, quienes fueron expulsados del territorio americano por la corona española, así como las donaciones del propio libertador, de Bernardo Monteagudo y otros particulares.

Para entonces, en Occidente, la importancia del saber científico, su preservación y difusión, había alcanzado tal magnitud que muchas de las edificaciones destinadas a albergar las obras impresas constituyeron magníficas obras arquitectónicas, verdaderos monumentos que aún maravillan por su diseño y el volumen del material que albergan. La lista es larguísima, pero baste mencionar la Biblioteca de San Marcos en Venecia, la Biblioteca del Trinity College en Dublín, la Biblioteca del Castillo de Chantilly en Francia y la Biblioteca de la Universidad de Oxford en el Reino Unido para hacerse una idea del nivel que alcanzaron estas edificaciones.

En las universidades
Como puede advertirse en esta simple mención, las bibliotecas de Oxford y de Dublín son universitarias. En nuestro país, en el siglo XX, la enseñanza universitaria empezó a reducir su carácter elitista a partir de la Reforma Universitaria de 1919. Ello fue el inicio de un creciente volumen de estudiantes, muchos de ellos con limitados recursos y la necesidad de acceso al conocimiento, razón por la cual apelaban a las bibliotecas como nadie antes.

Por esta razón, entre otras, como la ampliación de las áreas de conocimiento y la creciente demanda de profesionales, las bibliotecas universitarias tuvieron que ampliar su capacidad, no solo limitándose a libros, revistas y demás publicaciones impresas, sino también acopiando material cartográfico y documentación no procesada proveniente de archivos de instituciones e intelectuales que donaban su patrimonio bibliográfico y documental.

Por lo tanto, las universidades, como organismos dedicados a la formación académica y a la investigación —líneas esenciales de la función universitaria, tal como lo señala la ley—, de acuerdo a su antigüedad y posibilidades, dotaban a sus bibliotecas de colecciones, repertorios y archivos que enriquecían su patrimonio documental para, de esta manera, cumplir con los objetivos establecidos por las líneas mencionadas.

En el siglo XXI, época inmersa en la globalización y signada por el incesante avance tecnológico en las comunicaciones, las bibliotecas ya no solo están comprometidas con el ofrecimiento de los servicios de lectura mediante libros, revistas y demás formas impresas, así como el resguardo de las colecciones o material documental encargado a su custodia, sino que se ven obligadas a responder con nuevas formas a las demandas de la universalización del conocimiento.

La multiplicación del saber científico y tecnológico en volumen y rapidez ha dado lugar al surgimiento de medios digitales con capacidad de acopiarlos adecuadamente. Para ello, en las bibliotecas —sobre todo las universitarias—, paralelamente a las formas tradicionales de archivos del conocimiento, se están incorporando plataformas digitales, capaces de responder al explosivo aumento del conocimiento científico y tecnológico. De allí que permanentemente se creen bases de datos académicos, como ACM Digital, ProQuest, e-libro, EBSCO host, EOL, Scopus, Springer Link y muchísimas otras más, como las que ofrece nuestra casa de estudios.

Con las nuevas formas de almacenamiento de datos, y su disponibilidad en las bibliotecas digitalizadas, se espera que esto constituya un aporte importante en la formación de los nuevos profesionales y, sobre todo, que sean un gran respaldo y estímulo para los investigadores en su búsqueda de nuevos conocimientos que aporten en la mejora de las condiciones de vida en el país.

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