El primer sepelio del Almirante Grau

El legendario monitor Huáscar, al borde del hundimiento, fue abordado por los chilenos. En medio del caos, se llevó a cabo una noble búsqueda de los restos del Almirante Grau, liderada por valientes oficiales como Pedro Gárezon y Luis Alberto Goñi.

Oct 4, 2023

Héctor López Martínez
Historiador

Eran exactamente las 10:55 a. m. del miércoles 8 de octubre de 1879, frente a Punta Angamos. Los blindados chilenos habían suspendido sus fuegos. El Huáscar, luego de combatir gallardamente, había detenido su máquina y abierto sus válvulas comenzando a hundirse. En ese momento, el enemigo abordó al legendario monitor. El buque, con la bandera peruana al tope, era un sepulcro flotante. Oficiales y marineros chilenos, revólver en mano, obligaron a los maquinistas a que cerraran las válvulas e impidieron que varios incendios siguieran destruyendo estructuras del buque.

Muertos, heridos y sobrevivientes fueron evacuados al Cochrane y al Blanco Encalada. El teniente primero Pedro Gárezon, último comandante del Huáscar, solicitó ubicar los restos del Almirante Grau. El oficial al mando de la fuerza de abordaje permitió que se emprendiera tan noble cometido. Fue entonces que el teniente primero Luis Alberto Goñi, más tarde contralmirante de la Armada chilena, se ofreció caballerosamente a secundar el esfuerzo de búsqueda. Esperaron que se apagara el incendio de la torre de comando para inspeccionarla.

“Rebuscando los escombros dentro de la torre –recordaría Gárezon años después– encontré confundidos con las astillas de madera y pedazos de fierro que allí existían al lado de estribor y, como a la altura de un metro, un trozo de pierna blanca y velluda, solo de la mitad de la pantorrilla al pie, el que estaba calzado con botín de cuero, y la capellada del botín había desaparecido como si se hubiera cortado cuidadosamente con una cuchilla muy fina sin dañarse la suela ni las uñas de los dedos que estaban completamente desnudos; por la situación de ellos, conocí que era la pierna derecha”. Nadie mejor que Gárezon para este doloroso reconocimiento, pues habiendo sido ayudante de Grau, conocía en detalle sus prendas de vestir y su calzado. El heroico despojo fue envuelto en una bandera peruana y llevado cuidadosamente al Blanco Encalada, donde se le colocó en una caja llena de alcohol.

Al día siguiente, 9 de octubre, el Almirante Galvarino Riveros dispuso que los cadáveres de la dotación del Huáscar fueran enterrados en Mejillones de Bolivia. Juan Alfaro, contador del monitor, puso los nombres correspondientes en cada uno de los ataúdes. Los restos de Grau estaban en un arca pequeña en cuya tapa había una cruz y el nombre del héroe, todo esto hecho con pintura negra. El sepelio tuvo un halo de grandeza, de profundo respeto. Desde las seis de la mañana hubo tres misas, la última de ellas concelebrada y con asistencia del ministro de Guerra, Rafael Sotomayor, el general Erasmo Escala y otras altas autoridades chilenas, políticas y militares. Tropas del batallón Chacabuco rindieron honores a los restos de los hombres del Huáscar caídos en combate.

Concluidos los oficios religiosos, los ataúdes fueron conducidos al cementerio de dicho lugar seguidos de un nutrido cortejo que cerraban los batallones Chacabuco y Zapadores, con banda de música a la cabeza cuyas cajas e instrumentos estaban destemplados, en señal de duelo. Al tiempo de depositar los restos de Grau en la modesta fosa, las mencionadas tropas hicieron los disparos de ordenanza. A la derecha del Almirante Grau se colocó a Elías Aguirre y, a su izquierda, los despojos de su ayudante Diego Ferré. La tumba estaba situada a la entrada del cementerio.

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